domingo, 12 de diciembre de 2010

Saturday Night Frenzy.

La noche empieza a eso de las nueve y media. Para entonces, una debe estar casi vestida y arreglada y, por supuesto, por su bien, haber cenado algo previamente.
La botella de Margarita (que lleva tequila José Cuervo y costó 3.67 libras en Tesco, un milagro celestial) lleva ya un par de horas en el congelador, y las cervezas se enfrían en la nevera.
Suena el timbre, la noche está a punto de despegar. Una camiseta, otra y otra más. Varios intentos inútiles que provocan cambios de ropa instantáneos. Maquillaje, pelo y listos. Chaquetas en mano, preparados para salir, con bolsas llenas de alcohol para ambientar la noche. Un trago de Margarita antes de salir, y dos, y tres, y... ¡para, guarda para luego!
Camino hacia una casa a unas cuantas calles de aquí. Tacones que juegan malas pasadas. El suelo de Belfast no se hizo para lucir glamour. Y llegada al punto de destino. 'Fiesta Pagana' suena desde el piso de arriba y, mientras unas escaleras nos llevan hacia allí, percibo, por un momento, que esta va a ser mi noche.
La velada se convierte entonces en un cocktail imposible. Ron, ginebra, vodka, cervezas y nuestras margaritas se encuentran danzando en vasos vecinos. Un cigarro con conversación acerca de la poesía irlandesa. Mi mente reacciona; no todos son iguales. No.
Medio en shock, con ganas de seguir esa conversación y llevarla a puntos mucho más profundos, me hallo ahora en la cocina, intentando rescatar las cenizas de nuestra última noche allí: cuatro dedos de ron y una sexta parte de la botella de coca-cola zero. Mezclando todo en la botella de coca-cola, me doy cuenta de que la combinación es fuerte incluso como para tumbarme en cuatro tragos, así que añado otra coca-cola que debe llevar semanas abierta ahí. El resultado es una especie de jarabe asqueroso pero, evidentemente, lleva ron. ¿Qué más se necesita?
Tragos nauseabundos en cuatro segundos, antes de decidir hacer una salida express hacia la 'gran fiesta'. Nada más pisar la calle, me acuerdo del maldito capullo que asfaltó las calles, recuerdo cuánto odio correr con tacones. Pero ya casi estamos.
Un cigarro afuera. Caras familiares. El resto están ya dentro. Un trago más de la pócima. Náuseas al canto. Necesito una cerveza. Como aquel aventurero que se adentra en la selva, sin saber muy bien qué criaturas va a encontrar, nos adentramos nosotros hacia la cocina, que está al fondo, expectantes.
Saludos, besos, breves charlas. Consigo dejar las cervezas en la repisa y me sirvo una. Siempre he pensado que la cocina es un gran centro social, y esta vez no es menos. Si no hay 70 personas en la casa, no hay nadie. Busco a alguien. Al fondo del comedor, cerca de la mesa del DJ, baila con sus amigos. Le devuelvo lo que es suyo. Una conversación empieza. Alguien me advierte de que salga de allí pitando. Buena idea, mejor me fumo un cigarro.
Lavabo, cocina, salón... Flashes de luces que ciegan y cuerpos moviéndose al ritmo de una música que incita a al contacto sexual. Echaba tanto de menos esto. Gente de todas las nacionalidades, unidas en una habitación, bailando los mismos ritmos, acompañados por una copa. Y en ese momento la escena me parece casi perfecta.
Una cerveza más. La noche está a punto de caramelo. Reacciones humanas previsibles. Después de todo, todos somos vulnerables con alcohol de más en nuestra sangre. Es divertido ser expectador de tu propia noche, mantenerte por un momento fuera de tu conciencia y ver las imágenes como si estuvieras en una sala de cine, darte cuenta por un momento de adónde te ha llevado la noche. Qué espiral.
Y desapariciones en combate, y risas, y música y alcohol. Todo fluye. Y una se deja embriagar por el ambiente. Colas en el lavabo, colas en el pasillo, colas en la cocina. Sobresaturación. Y un temazo tras otro. 'Esto es como American Pie', dice alguien. Nunca se había dicho algo tan cierto y con tanto sentido en una noche como esta. Qué irónico. Soy la espectadora de mi propio 'American Pie'. La noche se convierte en un mise en abyme; en una película dentro de otra película. Y yo soy actriz y a la vez espectadora. Ahora entiendo a Shakespeare y su metateatro.
Voy a por la última cerveza. Ya han derramado dos copas sobre mí. Una por detrás y la otra por delante. Parezco salida de una piscina. Pero a quién le importa. Esto es la noche, son sólo gajes del oficio.
Pido un temazo y casi me saltan las lágrimas al poderlo oír y cantarlo a pleno pulmón mientras mis caderas se coordinan al ritmo de la música. Esto es demasiado. Lo feliz que puede llegar a ser uno con minimeces de este tipo en una noche así. Cualquier detalle cuenta, cualquier detalle puede significarlo todo.
Y de nuevo, esa querida líbido mía, que empieza a subirme por las nubes. Pero no. Hoy no. No es el momento y tampoco hay nadie que merezca sofocarla. Prefiero el filtreo, la tontería, la provocación. Aunque sé que no me va a llevar a ningún lado.
Más caras conocidas. Pequeña discusión futbolera. Alguien decide que el alcohol actúe por él y se toma demasiado a pecho las circunstancias. Empiezo a sentir ardor mental. En momentos así, una se da cuenta de lo que hay detrás de todo, y se alegra de haber optado por no dar un paso en falso. El ardor pasa a invadirme el estómago. Necesito salir. Aire. Un cigarro.
Me ofrecen un cigarro de verdad. Conversaciones en irlandés. Intento mantenerme sobre mis pies. Mi vista me traiciona. Mi cuerpo se emblandece. Me siento gelatina, no consigo mantenerme del todo firme. Es momento de irse y andar.
Las salidas siempre son difíciles. Conversaciones invaden el camino y lo llenan de obstáculos para encontrar la puerta. Pero no pienso detenerme. Alguien me para antes de salir. 'Espera, ¿vas a irte sola a casa?'. La respuesta es obvia. Se me ha metido en la cabeza y no hay marcha atrás. 'Voy contigo, no me gustaría que te pasara nada, y esperaría que alguien hiciera lo mismo con mis hermanas, así que vamos'. Una no puede negarse a una proposición así.
Las conversaciones interesantes vuelven. Mis pies duelen tanto que apenas los siento. Prefiero pensar en las palabras que vuelan ahora por mi mente: la República de Irlanda, ingeniería, veintisiete, máster, números, economía... Vuelvo a mi tesis, no todos son iguales.
Mi mente reacciona. Mi estómago está tan revuelto que necesito parar a comer algo. Son más de las dos de la mañana, y hace más de 5 horas que cené. El alcohol invade ahora todo mi estómago. Necesito algo que lo frene. Patatas fritas con mayonesa. Y la conversación sigue. Llamada telefónica. '¿Dónde estás?'. 'Camino a casa... Lo siento'. Y nos echan, van a cerrar.
Vuelta a la calle, dirección a casa. Se me hace bastante ligero después de tener algo en el estómago y de seguir escuchando ese accento irlandés, lento, suave, fluyendo armónicamente con el significado. Definitivamente, no todos son iguales.
Y casa. Lavabo, salón y la conversación continúa. Poesía de nuevo. John Keats. ¡Espera! ¿John Keats? ¿De verdad estoy manteniendo una conversación acerca de John Keats? No puede ser cierto... Si lo leí en primero de carrera... Oh, dios mío, le encanta John Keats, y la poesía en general, y las metáforas ocultas, y las palabras que, mezcladas en un contexto, tienen un significado totalmente diferente y la poesía que no tiene fecha de caducidad. ¿Pero cómo puede ser? Esta conversación está siendo más que alucinante, entiendo perfectamente todo lo que dice, entiendo qué quiere decir, entiendo lo que siente. Mi mente piensa únicamente en inglés. Es increíble. Me siento en casa. Siento que pertenezco a esto. Por primera vez en tres meses, siento que aquí es donde debería estar. Encajo. Es una sensación extraordinaria. Mi conciencia consigue transmitir todo aquello que quiero como si estuviera hablando en mi idioma nativo. Es como estar envuelto en un nirvana lingüístico cognitivo. Es, definitivamente, demasiado.
Se hace tarde... (¿o demasiado pronto?) El alcohol hace una hora que ha dejado de estar presente, y es hora de dormir. Despedida y a la cama.
Frío en el cuarto. Enciendo el calefactor y de golpe, al cabo de unos minutos, mi cuerpo empieza a sentir una sensación de recaída. El alcohol vuelve a subir por efectos del calor. Mierda, mierda, mierda. Al lavabo y a la cama de una santa vez.
Mañana será otro día... Y hoy... Espero que no haya muchos más 'hoy' tan cargados como este. Por suerte es el último sábado de fiesta. Y mañana... dios dirá.
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Y dios ha sido tan generoso como para permitirme levantarme sin resaca. Dado que ha sonado el timbre, he decidido abandonar mi querido sobre, y bajar corriendo, con el temor de perderme una visita importante (llámese Royal Mail con mi paquete). Con el maquillaje en la frente casi, el pijama y los pelos de loca, me dispongo a saltar por las escaleras. Alguien aporrea la puerta. ¿Será Esther? Miro el reloj. Mierda, son las diez de la mañana, no puede ser ella.
Consigo llegar a la puerta y miro a través de la mirilla. Furgoneta del Royal Mail. Abro la puerta con euforia. El cartero pregunta por una tal 'kjsbefklwbfkw' a lo que yo respondo... 'WHAT?'. Me enseña un paquete. ¡DICE MI NOMBRE!. 'Lo siento señorita, esto debería haber sido entregado el jueves...' 'Ya lo sé, ya estaba volviéndome loca, créame. Pero muchas gracias.'
¿Será la dichosa colonia? ¿Será? ¿Será?
Corro a la habitación, pillo las tijeras, medio dormida, y consigo abrir el paquete. 'Secret Obsession', Calvin Klein.
De puta madre, ahora sí que ya puedo dormir tranquila...

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