sábado, 26 de noviembre de 2011

3º Amanecer o Éxtasis.



Este es un amanecer invisible. El segundo que transcurre entre la noche y la mañana. No existen términos medios. Es un todo o un nada. Un amanecer inexistente a la percepción humana.

***

Cuando entró en aquella enorme sala, estaba casi vacía. El local era gigante y tenía capacidad para cientos de personas. Pero en aquel instante, pequeños corrillos de gente distribuidos aquí y allá era la máxima afluencia que se podía observar.

Era muy curioso el tipo de gente que se podía ver por allí. Los había arreglados, desaliñados, rebeldes, sumisos, independientes... Se podían ver toda clase de colores, tejidos y estilos. Se olían perfumes, aguas de colonias, desodorantes, espumas, lacas. Aquello era un batiburrillo de esencias.

Sabía de sobra que aquel lugar era de los mejores mercados de carne que existían en la ciudad. Y lo cierto es que las ofertas eran tentadoras. Cubatas, chupitos, cigarros y algún que otro porro. Si se estaba de suerte, igual hasta medio gramo de cocaína a compartir entre tres. Besos y caricias gratis. Del mismo modo que el consiguiente calentón, que también acababa siendo de gratis.

Poco a poco, la noche fue llenando el local y faltaba el aire. Los flashes de luces cegaban sus sentidos y embriagaban su cuerpo. Aunque también lo hacían tequila y el ron que había consumido ya. La música se encontraba tan alta que era imposible oír una simple palabra. Pero era más divertido dejar hablar a las caras. A aquellas miradas idas, a las sonrisas histéricas, o a los labios que desprendían lascivia.

Las figuras femeninas se congregaban alrededor de los espejos del baño. Subía poco a poco el volumen de las locuras que se podían oír en aquel paraíso de estrógeno. Mientras tanto, una cola de desesperación aguardaba impaciente el turno, totalmente ajena a su alrededor.

Y no era la única cola de desesperación en la sala. Las tres barras de bar estaban siendo abordadas (casi literalmente) por masas y masas, esperando un trago para mantener la noche salvaje y libre, creciéndose hasta llegar a la cima.

Las feromonas inundaban el local. Aquello parecía un "Sexo, drogas y Rock'n'Roll", pero substituyéndolo por un Indie al final. El humo confundía a los más osados y daba margen a los rezagados. El equilibrio dejaba de contar. Las tarjetas volaban frenéticamente. Y los vasos.

La noche parecía no tener fin. Sentía que podía comérsela y no tener suficiente. Allí dentro todo valía. La oscuridad era el catalizador para hacer realidad las fantasías más perversas. Metida en medio de la nada, se dejaba llevar por el ritmo de la música. Sudor. Contoneos imposibles. Y más alcohol.

De pronto, perdió la conciencia del tiempo. No sabía si había pasado un segundo o una hora, pero había perdido toda cara conocida a su alrededor. Fue como un jarrón de agua fría. Se sintió sola rodeada de tanta gente. Notó cómo su pulso se aceleraba y los nervios se apoderaban de ella. No entendía por qué, pero sentía una necesidad enfermiza de abrazar a alguien.

Se abalanzó a su derecha, hacia la primera persona que encontró, instintivamente, sin mirar si quiera. Tras unos segundos de respiración forzada, notó que la entrada de aire había sido cortada en seco. Unos labios se estaban adueñando de ella. En cuanto fue consciente de ello, cerró con fuerza los ojos. No se atrevió a abrirlos hasta pasados unos pocos minutos, cuando su respiración se había calmado, casi por arte de magia.

En cuanto abrió los ojos, lo tuvo claro. Debería haber tomado unos cuantos cubatas menos. O quizás unos cuantos más...


Salió corriendo de aquellos brazos y se dispuso a abandonar la sala. Necesitaba aire fresco. No entendía qué había podido pasar durante aquel instante en que el tiempo se mezcló con otra dimensión distinta, pero se sentía extraña.


Y abrió la puerta de salida. Pisó la calle y vio la luz. Despuntaba el alba. Aquello estaba desierto. Pero había dejado de sentirse extraña de pronto. Aquella presión que sentía, había desaparecido. Junto a la desesperación y la asfixia. Parecía que, a los primeros rayos del día, aquello se había vuelto totalmente invisible.






miércoles, 23 de noviembre de 2011

2º Amanecer o un oasis llamado frenesí.


Este es un amanecer casero, con sabor a canela. De esos en los que despunta poco a poco el sol, tornando todo el cuarto poco a poco color crema. Un amanecer que regala, detalle a detalle, casi por fascículos, la imagen de esa persona.

***

Las sábanas blancas arrugadas, a modo de lienzo, se convertían en el soporte físico de la mayor obra de arte del mundo.

Ella acariciaba su pelo rebelde mientras él sonreía, pícaro, deslizándose suavemente hacia abajo. Recorría centímetro a centímetro su cuerpo. Conseguía despertarle los sentidos. Le hacía descubrir sentidos de los que, hasta entonces, desconocía la existencia...

Y, casi sin querer, provocaba fenómenos imposibles en una cama. Catástrofes naturales a pequeña gran escala. Sabía exactamente cómo hacerlo sin saber cómo. Era instinto. Puro y duro. Pero aquello parecía la obra de un dios.

Las venganzas pueden llegar a ser increíblemente dulces.

Y, tras unos segundos, el caos más armónico volvía a hacer acto de presencia entre aquellas sábanas. Y esta vez, con manos de seda, hasta parecía poesía. Los espasmos se volvían dulces junto a esos labios de caramelo.

Acabó llegando la calma. Y, de pronto, un estallar de risas eufóricas. Quién dijo miedo. Nunca fue tan divertido iniciar una revancha.

Poco a poco, el aire falta. O sobra. Del mismo modo que sobran las palabras. Los gemidos pueden convertirse en el lenguaje más claro. El frenesí invadió el cuarto. Y se respiraba el aroma a canela de los restos de la velas. Eran las seis y media de la mañana.

El sol invade poco a poco el cuarto, reflejando sus tonalidades en las paredes. Su respiración está todavía alterada. Su cuerpo bañado en sudor. Abre los ojos.

Las velas siguen desprendiendo ese olor a canela. La almohada huele increíblemente a caramelo. La busca desesperadamente. Pero no la halla. Ni tampoco el tacto sedoso de sus manos. Ya no respira de su aliento.

Como un oasis en medio de un desierto. Ella y su frenesí han desaparecido. Quizás ni si quiera existieron. Mira el reloj.

Desea morir.




Son las seis y veinticinco de la mañana.




30 Amaneceres.


1º Amanecer o cómo sacar una sonrisa de una chistera.

Este es un amanecer de noviembre, urbano, gris. El sol despierta a las siete y cuarenta y dos de la mañana, pero hasta horas después no hará firme acto de presencia. Se esconde tras el manto de nubes densas que envuelven el cielo.

***

Se levanta a las seis y cuarto de la mañana. Tiene visita a las ocho y cuarto en el hospital, para hacer terapia, pero no quiere dormirse. Así que se apresura a desayunar y prepararse. Nunca entiende por qué, pero siempre acaba saliendo tarde, a pesar de haberse levantado casi dos horas antes de su cita.

Sin embargo, hoy se siente positiva. Siente que va a comerse el mundo. Y puede que algún que otro labio. Siente la tontería matutina del enamoramiento quinceañero que, sin saber bien por qué, lleva días experimentando. El cielo es gris, pero ella lo ve rosa.

Tras el trayecto de tranvía, consigue aparecer en el hospital a las ocho y cinco. Es la primera. Se acerca al mostrador a preguntar a dos secretarias que parecen estar bien entretenidas en una apasionante conversación.

-Pues lo que te decía: Es que como sigan las cosas así, poco queda a hacer.

-Ya. Pero es que yo llamé. Y he vuelto a llamar hoy. Y lo dejé listo. Sigo sin entenderlo.

-Sí, bueno, ¿pero quedó lo otro atado? Porque...

Intenta interrumpir educadamente para saber si se halla en el lugar correcto, pero ninguna de las secretarias parece facilitarle la ocasión.

-Vamos a ver, yo le dejé el fax listo. Y llamé para comprobar. ¿Hablaste tú con el doctor?

Decide renunciar. Esas conversaciones la sacan de quicio.

Aparece una chica joven, cinco o seis años menor que ella, y se sienta. La observa por el rabillo del ojo, esperando encontrar el momento apropiado para iniciar el diálogo y cerciorarse de que ha venido en el momento y al lugar exactos. No parecen coincidir.

No hay nada en el mundo que la irrite más que la incomunicación verbal. Ya sea producida por el exceso o por su carencia.

Entra entonces una enfermera alta y delgada. Esbelta y bella, con la edad apropiada para presumir y al mismo tiempo hacerse respetar por ello. Tiene caché. Coloca elegantemente papel tras papel en los archivadores del mostrador, mirando de reojo a las dos cotorras empedernidas.

-Disculpe. -dice una voz juvenil. -Tengo hora para la terapia, ahora a las ocho y cuarto. ¿Estoy en el sitio indicado?

La chica joven se halla ahora en el mostrador, acallando a las dos mujeres. Se ha convertido en su ídola. Observa cómo las dos marujas buscan papel tras papel, desesperadamente, como quien busca la fórmula a memorizar antes de un examen.

La enfermera elegante se adelanta. Extiende un par de hojas grapadas a sus compañeras y les informa de su contenido. Una de las marujas decide entonces explicarle a la chica, mientras que la otra atiende una cola de tres personas que se ha formado en apenas unos segundos.

En cuanto acaba con la chica, ella se dirige al mostrador, para obtener la misma información. Entonces, la maruja número dos, vuelve a hablar con la maruja número uno. La cola puede esperar.

"Esto es indignante", piensa. Nota como, de pronto, su sangre parece empezar a hervir. No entiende cómo pueden existir personas tan incompetentes trabajando de cara al público. Tampoco entiende cómo pueden estar, precisamente, en un hospital. En un sitio donde lo que realmente se necesita es mano izquierda y lo que sobra es... cualquier cosa como lo que ahora mismo está presenciando.

Al cabo de un par de intervenciones, parece estar dispuesta a escucharla. Pero, oh, no. No aparece en las listas. "Tanta burocracia para que luego pasen estas cosas", piensa ella. "Como esto siga así, voy a enviar a todo el mundo a la mierda un rato".

No sabe bien qué decir, pero entonces la enfermera con caché se adelanta y le pregunta el nombre. Al contestar, identifica su ficha y se la entrega en mano con una sonrisa de oreja a oreja.

Se le enternece algo en el alma. Su sangre parece enfriarse poco a poco ahora.

Entra, en último lugar, una mujer de unos cuarenta y tantos años con uniforme. Encorvada, con expresión taciturna y sin brillo en los ojos. Con arrugas que muestran el hastío de sus años. No puede evitar entristecer al verla. De hecho, entristecería a cualquiera con un mínimo de empatía humana a su alrededor.

Y la enfermera esbelta, acaba su actuación. Mira a la mujer con cariño, al mismo tiempo muestra prudencia. Sonríe y dice entonces:

-¿Cómo vas de lo tuyo?

La mujer apenas alza la mirada.

-Bueno, voy haciendo. En fin, ni bien, ni mal, voy, simplemente. Voy haciendo.

A cualquiera que hubiera estado a kilómetros a la redonda, aquel intento de justificación le hubiera sabido a hiel. Hubiera sido un pequeño latigazo de redención por atreverse a preguntar. Pero no para esa enfermera. Ella simplemente sonríe. Enternecedoramente, arropando a todo el personal de esa sala. Corrigiendo lo incorregible sin apenas intentarlo.

"Existen personas que nacen para iluminar a otras con su luz.", reflexiona nuestra paciente, que siente cómo esa luz la invade, y le devuelve esa tontería matutina.

Y así, la enfermera siguió sonriendo. Sacando la luz a ese amanecer nubloso que hace apenas treinta minutos se ha iniciado.

jueves, 17 de noviembre de 2011

Even Flow.

¿Por qué tienes tanto miedo a desnudar tu alma si de ella sólo salen cosas preciosas?

¿Por qué sientes que lo que debía haber sido el cielo se ha convertido en el infierno?

¿Por qué te estremeces ante la posibilidad de la duda si tú eres tu propio y único juez?

¿Por qué no quieres regalarte el mundo, aunque sólo sea por una vez?

Las respuestas siempre acaban estando en uno mismo.

A veces sólo hay que dejarlas fluir.






jueves, 3 de noviembre de 2011

Momentos.

Existen momentos en los que desearía tener todo el cariño del mundo rodeado en mis brazos.

Momentos en los que un 'te quiero' llenaría hasta el más profundo de los agujeros de mi alma.

Instantes en los que me perdería en caricias, y me encontraría en los besos y en los susurros.

Momentos en los que hacer el amor me parecería la definición más preciosa que un acto tan sucio como el sexo puede tener.

Pero este no es uno de ellos.

Más bien me decantaría por romper mi cuerpo a golpes de lascivia, como me enseñaron Los de Marras.

Da gusto no sentirse solo en eso de estar solo...