jueves, 16 de febrero de 2012

14º Amanecer o Las ironías de la vida.


Por un amanecer diferente, cómico, fresco y renovado. Por esas ironías de la vida, que tan presente están en nuestros días.

***

John era un tipo normal y corriente. Vivía solo en su pequeño apartamento, tenía un trabajo que permitía pagarle los gastos y algún que otro capricho y hacía cosas normales. Se levantaba, iba a trabajar, comía por el camino, volvía a casa y luego entregaba su tiempo libre a la lectura. Devoraba libro tras libro durante las tardes, antes de irse a dormir. La verdad es que muy social no era, pero ya se sabe que tiene que haber de todo en este mundo.

Su madre iba de tanto en tanto para visitarlo. Igual tomaban un café por la tarde y charlaban. Ella le traía algo de comida que había preparado con amor, para que tuviera algo que lo hiciera sentir bien. Según ella, todo hombre necesitaba a una mujer a su lado para poder ser feliz. Y se apenaba sabiendo que su hijo seguía soltero desde que se había mudado, hacía ya cinco o seis años. Además, como toda madre, tenía la manía de criticarle aquellas pequeñas cosas que la sacaban de quicio y, lo cierto es que cuando empezaba, no podía parar. Sorbo tras sorbo, John iba consumiendo su café, lentamente, mientras su madre iniciaba su interminable  retahíla de "cosas que un hombre de su edad debería tener ya más que claras".

"Hijo, deberías cuidar más tu alimentación. Está bien que tengas platos preparados para media mañana, y que comas pasta y carne, pero deberías comer también verduras y pescado. Si tuvieras a una mujer a tu lado, ella te prepararía cosas ricas y nutritivas. Toda mujer sabe hacer esas cosas, es un don natural que nos viene de serie.", le decía. "Además, deberías cambiar ese sofá. ¿Cuántos años debe tener ya? Creo que, cuando lo compramos tu padre y yo, llevábamos diez años de casados. Debe tener por lo menos treinta años. Se suponía que iba a ser algo transitorio, ¿no? Ya has tenido tiempo suficiente de comprar uno nuevo. Ese viejo trasto debe ser únicamente madera ahora mismo. Debes coger unos dolores de espalda...", añadía. "Y tu cuarto es un caos. Eres un desordenado. La ropa por aquí, los zapatos por allá. Y todas esas notas en el escritorio. No entiendo cómo puedes tenerlo todo tan desorganizado y, sin embargo, esa estantería de libros que tienes en el salón es la perfección en orden y elegancia. ¿No podrías tenerlo todo igual? Si tuvieras una mujer a tu lado, ella se encargaría de que estuviera todo en su sitio. Toda mujer sabe hacer esas cosas, es un don natural que nos viene de serie.", repetía. Y así con una cosa, y con otra, hasta que John había tomado ya el cuarto café, esta vez descafeinado por salud, y la escuchaba atentamente sin articular otra cosa que no fueran monosílabos.

Lo cierto es que John era, como la mayoría de los jóvenes, algo desordenado y despistado. Tenía sus propias prioridades. Y entre ellas no existían el diferenciar un cajón para las sábanas blancas y otro para las de color. O colocar cuidadosamente la ropa sucia para lavar en cualquier lugar para que estuviera también ordenada. Ni si quiera se había planteado que en la mesita del café del salón no podían convivir un teléfono inalámbrico, un juego de tazas de café sin estrenar, varios de sus apuntes, un paquete de galletas a medio comer y alguna que otra figurita de dragones medio rota que ya no cabía en su escritorio. Para él, aquella mesita desprendía armonía por todos lados. Después de todo, no existía otra opción para colocar sus apuntes, dado que su escritorio y sus cajones ya estaban suficientemente llenos. Tampoco tenía hueco en la cocina para más tazas. Las galletas... Bueno, era un hecho circunstancial. Y en cuanto a los dragones, no podía permitir ponerlos en la mesita de noche. De hecho, ese había sido su lugar anteriormente, pero más de una vez, al intentar apagar el despertador, los había tirado al suelo sin querer. Y por eso se hallaban ahora reconstruidos con pegamento. Su madre le había insistido más de una vez para que tirara a aquellas "criaturas del demonio lisiadas", pero él se sentía en su deber de protegerlas, puesto que había sido él mismo el que las había "lisiado" y se sentía en deuda. Después de todo, le fascinaban los dragones desde chico.

Pero si había algo en lo que su madre tuviera razón, era en lo bien conservada que se encontraba la librería del salón. Como todo amante de la lectura, John tenía dispuesto todo volumen cuidadosamente en cada una de las baldas. Títulos, autores y colecciones podían diferenciarse claramente en aquel mueble, y es que su propietario tenía un gusto totalmente ecléctico y variado. Cientos y cientos de libros habitaban en armonía, uno tras otro, perfectamente colocados, esperando a volver a ser tomados en alguna ocasión. Era el pequeño tesoro de John. Y lo cuidaba con mimo y esmero. Perdía horas vaciando la estantería, limpiando con cariño su madera, quitando el polvo de aquellos tomos que hacía tiempo que no leía y añadiendo nuevos títulos, volviendo a dejar aquel expositor reluciente, conservando aquella perfección que tanto amaba.

Pasaron varios meses en los que su rutina siguió siendo la misma día tras día. Se levantaba, iba a trabajar, comía por el camino, volvía a casa y luego entregaba su tiempo libre a la lectura. Devoraba libro tras libro durante las tardes, antes de irse a dormir. Y de tanto en tanto, su madre seguía yendo a visitarlo. Pero, de pronto, John se volvió más ocupado, y empezaron las llamadas a casa de su madre, justificando de una manera u otra que la visita materna debía aplazarse para más adelante, puesto que se hallaba extremadamente ocupado. Incluso, había empezado a ser él el que pasaba a verla muy de tanto en tanto, puesto que era más cómodo para él acercarse cuando sabía que iba a tener un pequeño hueco. Y, aún así, las visitas nunca duraban más de una hora y el chico apenas decía palabra. Aquello empezó a preocupar a la madre, quién, a solas en casa, se preguntaba una y otra vez qué podía ser aquello que ocupara tanto a su hijo.

"Igual con la crisis lo hacen doblar. Sabiendo cómo está el país, aún podemos dar gracias de que no haya perdido el empleo. Pobrecito, debe estar agotado, todo el día echando horas en aquella empresa de las narices...", se decía. Y al cabo de unos minutos, le venía una nueva idea a la cabeza. "No, pero seguro que me lo hubiera dicho. No es nada malo, después de todo... Tiene que haber algo, otra cosa. ¡Ah, sí! ¡Seguro que se ha vuelto a juntar con aquellos amigotes suyos! Siempre llamándolo cuando estaba en casa estudiando para la carrera, seguro que han vuelto a contactar con él. Han pasado muchos años, lo habrán invitado a tomar algo para verlo de nuevo y ahora se habrá vuelto a reenganchar al grupo... ¡Ay, señor!", se decía la mujer ahora. "Pero de todos modos, hubiera comentado alguna cosa... Él sabe que siempre me han fastidiado esas compañías, pero nunca me ha mentido en cosas así. Entonces...". De pronto sus ojos se abrieron como platos y le entró un pinchazo en el estómago. Lo entendió todo. "¡Ahora lo entiendo! ¡Mi hijo es homosexual! Nunca ha salido con chicas, desde aquella primera novia que tuvo hace ya siete años, y siempre se ha juntado con aquella panda. Seguro que ha encontrado algún amor en aquel grupo y no quiere decírmelo. ¡Ay, qué disgusto! Siempre supe que John era algo distinto, pero no había sabido verlo... Si su padre levantara la cabeza...", concluyó.

Y así fue como la madre, atormentada, después de todos aquellos años, había entendido por fin lo que su hijo había sido, era y sería hasta el fin de los días. No pudo evitar sentir angustia, y deseo de interrogar a su hijo la próxima vez que viniera a casa. Había sido muy mala madre. Las madres siempre saben estas cosas, es un don natural que viene de serie. Y ella había fallado. Como madre, sentía el deber de corresponder a su hijo y, por lo menos, saber quién era el afortunado, y si él estaba feliz, después de todo.

No pasaron muchos días hasta que la madre sintió la necesidad de llamar a su hijo y, pedirle por favor, que viniera a casa, ya que hacía semanas que no había sabido de él. De pronto, y extrañamente, John insistió en que viniera a verlo a su apartamento de nuevo, como solía hacer antes, que tenía cosas emocionantes que contarle. A su madre le dio un vuelco al corazón. ¿Iba a presentarle a su hombre en cuestión? ¿Ya, sin antes haberla informado? ¿Se encontraría allí un café para... tres? Decidió que pese a todo, lo importante era ver a su hijo feliz, y que como madre, tenía el deber de aguantar sus emociones y saber priorizar las de su hijo por encima de todo. Y es que las madres tenían ese don natural que venía de serie.

Un domingo por la tarde, sonó el timbre del apartamento. Las cinco en punto. Horario inglés. "No puede ser otra que mamá", pensó John. Y se dispuso a responder rápidamente, con alegría, invitando a la mujer a pasar. Estaba dispuesto a sorprenderla, iba a conocer a un nuevo John que había estado desarrollándose durante aquellos últimos meses. Un John fresco, renovado, vivo. Su madre iba a quedarse de piedra, estaba seguro. No se imaginaba la cantidad de cosas que la esperaban una vez cruzara el umbral de la puerta.

-Hola hijo. -dijo temerosa la madre, asomando la cabeza por la puerta.

-¡Mamá! ¡Qué alegría verte! Ven, pasa, pasa, tengo tantas cosas nuevas que contarte. -dijo abrazándola.

La mujer, nerviosa, dio el primer paso adelante, observando atentamente un recibidor que no había visto antes. En vez de aquella mesita donde John tiraba las llaves justo al entrar y aquel cuadro de los chinos, tenía delante un mueble de madera de cerezo, decorado perfectamente con velas, una bandeja para las llaves y unas figuritas de elefantes (¡ella adoraba esas figuritas de elefantes!) y, encima se encontraba, perfectamente colocado un espejo enorme, con formas desiguales. Moderno, pero elegante. La mujer tragó saliva. Le dio la impresión de que aquella era la primera de las muchas novedades que iba a encontrarse...

-¿Has visto mamá? ¡El recibidor nuevo es precioso! -dijo eufórico.- ¿Te gusta?

-Sí, hijo, la verdad es que no me esperaba esto... Ya era hora de que cambiaras aquella vieja mesita, pero no imaginaba que fueras a hacerlo con tanto gusto.

-Pues espera, ¡esto es sólo la primera de las muchas novedades que vas a encontrarte!

La madre dio un pequeño bote.

-¿Estás bien? Sé que van a ser muchas cosas de golpe, pero he preferido que fuera así. Ya lo verás, ¡pasa!

La mujer asintió y accedieron al pasillo principal, pintado anteriormente de un color blanco roto, sin cuadros, sin fotos, sin nada. Sobriedad pura y dura. Ahora, sin embargo, la pared estaba pintada de color salmón, y de ella colgaban máscaras de Venecia de todos los tamaños y colores, divertidamente colocadas a lo largo del corredor. Los ojos de la madre parecían no tener órbita.

-¡Mira! Le da muchísima más vida al pasillo. Te entran ganas de seguir caminando sólo para ver qué máscara va a ser la siguiente en encontrarte, ¿eh?

La mujer no pudo evitarlo. Le vino la imagen a la mente. Color salmón, máscaras... Aquello le parecía demasiado. No era sino otro signo que confirmaba su teoría. Había visto desfiles gays por la televisión. A esos chicos les encantaban aquellas cosas. Se imaginaba ahora a su hijo con una de las máscaras más grandes colocada en su cara. La piel se le puso de gallina.

-¿Que no te gustan, mamá? Bueno, ya sé, ya sé. No parecen mucho de mi estilo, ¿eh? Lo sé, sorprende, pero es que Alex...

-¡¿¡¿Alex?!?!

-Todo a su tiempo, mamá. Ya te he dicho que hay muchas sorpresas por delante. Pero sigamos por el baño. ¡Te hará ilusión!

Tragó saliva, esta vez más fuerte, y respiró hondo. Cuando su hijo se dio la vuelta para seguir la ruta, ella apretó fuertemente el rosario que siempre llevaba consigo. "Que Dios nos coja confesados", pensó.

Entraron, pues, en el baño. Lo primero que pasó por sus ojos fue el botecito de porcelana donde se hallaban dos cepillos de dientes, uno verde y otro morado, cuidadosamente colocados en forma de cruz, con la pasta correspondiente detrás. "Morado...", se dijo a sí misma.

-He cambiado las cortinas del baño por fin. Sé que odiabas aquellas a rallas, pero, por suerte, me hice con unas de estas con bordaditos. Les he reforzado el bajo para que no salga nada de agua, pero siguen quedando igual de chulas.

"Chulas... Bordaditos...", repetía una y otra vez en su cabeza la mujer.

-Y, ¿has visto el espejo? me deshice de aquel armario-espejo tan cutre que tenía antes. Ahora le he dado más "glamour". Y, ¿recuerdas aquel bote lleno de maquinillas a medio usar y la pasta, y el cepillo y todas aquellas cosas?

"Glamour... Glamour... ¡Glamour!", retumbaba en sus oídos.

-Esto, sí... -contestó como pudo.

-Pues ya ves, ahora está todo en su sitio, en los cajoncitos. Y ya no uso una maquinilla nueva sin haber tirado la anterior. Como puedes ver, lo único que hay en la encimera es ese bote con los dos cepillos de dientes y esa figura de la bailarina de porcelana. ¡Has visto!

"Cajoncitos... ¡¿BAILARINA DE PORCELANA?!" ¿Cómo no se había fijado en tan importante detalle? Ahora sí que estaba todo dicho. No existía prueba con mayor consistencia que aquella.

-Sí, hijo sí...

-Vaya, pareces un poco apagada. ¿Va todo bien?

-Bueno, es que no imaginaba que... Bueno, tú ya sabes...

-Va, mamá, lo sé. Sé que te estás emocionando... Pues espera a ver el dormitorio.

De pronto, a la mujer le vino a la cabeza una escena horrible. Imaginó el cuarto pintado de color lavanda, con sábanas de satén rojas y negras y vaya Dios a saber qué clase de utensilios albergarían los cajones ahora. Y seguramente habría sustituido aquel viejo escritorio por un espejo enorme, colocado justo delante de la cama. Cerraba los ojos con fuerza, intentando quitar aquella estampa de su cabeza...

-Hijo, casi que prefiero pasar directamente al salón y que me expliques. No es necesario que vea el cuarto, preparemos un buen café, hijo.

-Vale, como quieras mamá. ¡La cocina también te gustará!

Se dirigieron a la cocina. El espacio que solía estar ocupado por cajas de platos preparados, había sido sustituido por un contenedor de reciclaje, que separaba la basura por materiales y se encontraba perfectamente cerrado, sin abarrotamiento alguno. En la encimera habían aparecido botes de cerámica con utensilios de madera. Los armarios estaban llenos de sartenes y ollas, ordenados por tamaño. La vajilla y los vasos eran nuevos y de colores. Había colocada una pequeña pizarra magnética en la pared, con Post-it. Aquello llamó su atención especialmente. Se podían leer notas como "Las rosas son rojas, las violetas, de color azul, el azúcar es dulce, tan dulce como tú." o "Te amo. No sólo por cómo eres, sino por cómo soy cuando estoy contigo." La madre estaba totalmente sobrecogida. ¿Desde cuándo su hijo se había vuelto tan romántico? John pareció leer su mente.

-Oh, sí, mamá. Perdona estas ñoñerías. Son cosas de Alex. Ya sabes, romanticismo en estado puro. Creo que me estoy volviendo un blandengue. Estas cosas empiezan a gustarme y me dedico a escribirle cositas a diario. Preparemos algo de café.

John sacó de un armario una cafetera, tamaño pequeño, para dos, de color rojo. Tomó entonces café de otro armario. Café arábigo molido de "Starbucks". Cargó la cafetera y encendió el fogón, colocándola encima. Sacó unas tacitas transparentes, con mango de acero y pequeños dibujos de fresas alrededor del recipiente. Su madre estaba sobrecogida. Aquello era demasiado. ¿Qué le habían hecho a su hijo?

-Sí, lo sé. Lo de las fresas es demasiado. Pero a Alex le encantan. Qué voy a decirle yo... Va, vayamos al salón de mientras que el café sube. Esta vez tengo que contarte tantas cosas yo, que creo que acabarás tomándote tú todo el café. Pero no te preocupes, mamá. Sigo conservando el descafeinado para estos casos, no vaya a ser que te suba la tensión.

-No hijo, no te preocupes. Si la tensión la debo tener ya por las nubes. Ahora me ponen un tensiómetro y me lo cargo.

-Va, va, no puedes estar así ya... Si esto no ha hecho más que empezar.

-Eso es lo que más me temo...

-Anda, siéntate en el sofá, mamá. Verás qué cómodo.

La estancia estaba totalmente renovada. El sofá antiguo había sido reemplazado por uno nuevo, biplaza, de color blanco, y otro había sido colocado de manera perpendicular, exactamente el mismo, para crear sensación de cuadrado. En medio, la mesa había sido adornada con un tapete de colores, y encima, un cenicero lleno de caramelos adornaba de manera simple, pero alegre, aquel pequeño mueble. Nada de apuntes, nada de dragones lisiados, ni juegos de café que nunca estrenaría. En frente del sofá, una nueva televisión ocupaba la pared. Pantalla plana. Y habían colocado un mueble bajo, con DVD y pequeños jarrones de cristal, llenos de piedrecitas. El mueble estaba perfectamente conectado con una vitrina vertical a cada lado, exponiendo pequeñas piezas de cristalería y una vajilla de colores, con un corte y una forma más elegantes, para fiestas. La madre se sentó en el sofá. Le temblaban las piernas. Y el habla...

-Va... Va... Vaya hijo... Es sorprendente. ¿Qué te ha pasado? ¿Dónde ha quedado todo ese caos que inundaba este apartamento? Esto parece el piso de unos recién casados con mucho gusto. Y dinero.

-No, mamá, no te pienses. La única inversión ha sido la televisión. El resto ha sido Ikea. Pero, claro... El hecho de que ahora hayan dos sueldos en esta casa, ha ayudado mucho. Aunque yo tenía mis ahorrillos también, ya sabes que nunca he sido de salir mucho.

-Dos sueldos, ¿eh? ¿Vas a explicarme de una vez por todas quién es Alex?

-Claro mamá. Alex es increíble, cambió mi vida por completo. Ahora soy otro... Resulta que hace algo más de medio año, Dani, Mark y el resto del grupo se pusieron en contacto conmigo, no sé si te acuerdas, el grupo de colegas que teníamos en la universidad. ¿Te suena?

"¡Ay, madre! Lo sabía..."

-Pues claro, cómo no voy a acordarme. Tú tan responsable, intentándote centrar en los estudios. Y aquel par de granujas y su grupo sacándote por ahí de picos pardos...

-Va, mamá, no es para tanto. A ellos les debo mucho. Fue gracias a ellos que conocí a Alex.

"Otra vez... Lo sabía, lo sabía y lo sabía. ¡Maldita sea! Cómo no pude hacer nada al respecto..."

-Bueno, lo que te iba comentando... Resulta que me llamaron y me invitaron a echar unas cervezas. La verdad es que al principio me mostré bastante reticente. Bueno, ya sabes, hacía cinco años que no los veía, yo ya había tomado mi camino, me había acostumbrado a mi vida solo en casa y no entraba en mis planes volver a las andadas.

-Gracias a Dios que tienes dos dedos de frente, hijo.

-Sí, sí. Pero, por otro lado, sentía ganas de verlos, de saber qué habían hecho durante todos estos años. De ver si habían cambiado o no, de saber a qué se dedicaban, dónde vivían, si habían empezado una familia. Bueno, así que finalmente me animé, y quedamos una tarde, después del trabajo, para juntarnos. Fue divertidísimo. ¿Recuerdas a Dani? ¿Aquel canalla sinvergüenza? Pues ahora es abogado. Y ejerce en un bufete en la ciudad. No es un gran abogado, claro, pero para acabar de empezar no está mal. Cobra un sueldo que triplica el mío. Pero, espera... ¡que viene lo mejor! ¡Tiene pareja! Dani emparejado... ¿Te lo puedes creer?

-¡Me dejas sin palabras, hijo!

-Sí, y la verdad es que Chris es muy buena persona. Agradable, amable, derrochando simpatía. En fin, se los ve muy bien juntos.

"¡¿Así que es culpa de Dani?! Ese chico no podía traer nada bueno..."

-Bueno, pero espera, que cuando sepas lo de Mark...

-No sé si quiero saberlo, hijo...

-¡Ay, mira! El café ya está, voy a por él.

La madre respiró hondo. Sentía que dijera lo que dijera, iba a ser completamente inútil. Veía a su hijo firme y decidido a contárselo todo. Optó por dejarlo hablar. Al fin y al cabo, prefería saberlo todo por boca de su hijo. ¿Cómo se sentiría si alguien por la calle le decía que lo había visto de la mano de un hombre? La imagen le provocó un nudo en el estómago. El chico apareció pronto con una bandeja con los colores del arco iris, conteniendo las dos tazas humeantes de café. El nudo empezaba a dejarla sin aire. ¿Arco iris? ¿De qué le sonaba aquello?

-Bueno, mamá. Pues eso, que Mark está aún más cambiado. Ahora trabaja en una consultoría y viste siempre de traje. ¿Recuerdas aquellos tejanos rotos que siempre llevaba? Se ve que los ha tirado todos. Ahora sólo tiene pantalones de pinza a rallas en sus armarios. Y tiene pareja. De hecho, se casó el año pasado con Tony. Y bueno, qué decirte de Tony... Fue quien me presentó a Alex. Una de esas noches que salimos a tomar una cerveza, Tony apareció con alguien más. Me imagino que pensó que era descortés que siempre fuéramos cinco y yo fuera el único soltero, así que decidió traer a Alex con nosotros. Por lo visto habían ido al mismo colegio, e incluso al instituto. Tenían una gran relación de amistad y se conocían bien, así que no dudó en proponerle que viniera.

-¡Vaya con Tony! Si que se preocupa por ti. -dijo con sarcasmo la madre.

-No seas así... Sé que tú llevas años diciéndome que me busque a alguien, pero todo a su debido tiempo, querida. La verdad es que Alex y yo congeniamos desde el primer momento y tuvimos muy claro que ambos sentíamos atracción por el otro. Pero necesitamos tiempo para conocernos mejor. Sé que te has visto algo perjudicada con ello, pero cuando conozcas a Alex verás que ha valido la pena...

-No sé, hijo... Tú lo has dicho, todo a su debido tiempo. No sé si estoy preparada, John.

-Ya lo sé, mamá. Por eso tengo esto. -sacó una foto de su cartera. - Así será más fácil cuando llegue el momento de la presentación.

La madre tomó la fotografía con miedo. Aparecían tres jóvenes sonriendo, un varón en el medio, alto y apuesto y dos chicas abrazándolos, también atractivas y estilizadas, todos rubios. La madre sonrió tímidamente. "Por lo menos el chico es guapo", pensó.

-¿Qué te parece?

-Bueno...

-¿Has visto ese pelo rubio? ¿Y esos ojazos? Me enamoraron desde el primer instante. No entendía como alguien como Alex podía estar sin pareja...

-La verdad es que el chico no está nada mal...

-¡Mamá, por favor, que tienes una edad! No me imaginaba que fueras a decir algo así.

-Bueno, yo, es que...

-No, no, tranquila. Ya hablaré con Alex para que te presente a su hermano. También es un tipo encantador... -contestó guiñándole un ojo.

La madre no salía de su asombro.

-Entonces Alex no es... No es...

-Mamá... No me digas que... Por un momento has pensado que...

-Bueno, tanto Alex, tanto Chris, tanto Tony... Yo es que... bueno, yo...

John estalló en risas. Las lágrimas empezaban a salir de sus ojos y la cara de su madre era digna de retratar.

-¡Mamá! Chris es Christina. Y Tony, bueno, Tony es Tony, pero es un bellezón de mujer, tanto por fuera como por dentro, pero créeme, no tiene nada de hombre.

-Hijo, es que me habías asustado. Tanto cambio en esta casa, tanto cambio en ti... Yo, no sabía qué pensar.

-Lo sé, mamá, lo sé. Alex ha cambiado mucho mi vida. Me ha hecho ser muy feliz en estos meses, tanto, que la invité a mudarse al apartamento y, como ves, ha hecho grandes cambios. Ahora esta casa parece un lugar hasta bonito.

-La verdad es que la mujer ha conseguido sacar lo mejor de ti y de este lugar. Por fin cambiaste el sofá, ordenaste tus cosas... Ahora todo quedará a juego con esa estantería. -dijo señalando a un hueco donde se hallaba un enorme ficus. Se asombró al contemplar esa nueva imagen. - Pero bueno, ¿dónde esta la estantería?

-No está.

-Ya lo veo, hijo, ¿pero qué has hecho con ella y con todos aquellos libros?

-Bueno mamá, la tiré. Y guardé los libros en cajas.

-¿Pero por qué? -exclamó la madre indignada.

-Porque, como bien sabrás, las mujeres sois únicas. Cocináis de muerte, sabéis tener mucho más cuidado con las cosas que nosotros y mantener cierto orden constante. Entendéis de decoración y conseguís hacer de un rincón horrendo un maravilloso espacio. Tenéis unos dones maravillosos, es cierto. Y vienen de serie, no hay duda. Pero también tenéis otros dones.

-No lo entiendo.

-Más allá de la cocina, más allá de la decoración, más allá de la armonía. Si existe don que las mujeres dominéis a la perfección es que cuando algo se os mete entre ceja y ceja, lo acabáis consiguiéndolo sí o sí. Da igual cuánto podamos oponernos. Al final, resultáis tan cabezonas, que es imposible deciros que no. Y, qué narices, aunque se os diga que no. Sois como superhéroes. Lográis todo aquello que os propongáis con nosotros.

-¿Y entonces? ¿Qué ha pasado con la estantería? ¿Ha comprado una nueva? ¿La habéis movido a la habitación?

-Bueno, no exactamente...

-¿Y bien?

-Mamá, es que Alex detesta la lectura...

***

Pido disculpas por mis excesos, pero ha salido todo tal cual y no he podido evitarlo. Os doy las gracias si habéis llegado hasta aquí, de verdad, tenéis valor.

Y como nota final, sólo por si acaso, decir que el texto tiene un tono puramente cómico. No es un manifiesto de mi opinión, ni mi ideología en ninguno de los comentarios. Sólo trato con un tópico en clave de  humor. Si he conseguido sacaros una sonrisa en algún momento, me doy por satisfecha. Mi última intención es ofender a nadie.

Muchísimas gracias.




viernes, 3 de febrero de 2012

13º Amanecer o el todo o nada.



Este es un amanecer confuso, nostálgico. De esos en los que no parece verse el sol, pero tampoco existe nube alguna que pueda esconder tanta energía...

***

Recuerdo aquellos momentos. Pequeños fragmentos de vitalidad que iban surgiendo a lo largo del día con un impulso increíble. Ahora que lo pienso, parecían una especie de "Todo o nada". Pero en aquel entonces eran de lo más normal que podía acontecer.

Haciendo memoria, veo a esa quinceañera desaliñada. Una contradicción andante, que llevaba la rebeldía por bandera y el sentido común en su corazón. Una mente caótica, explosiva, impulsiva, efervescente. A plena ebullición las veinticuatro horas. Y, al mismo tiempo, con la seguridad y la firmeza de una caja fuerte. Caja fuerte que escondía todo un mundo secreto al que pocos pudieron tener acceso, al fin y al cabo.

Los días se nutrían de risas, aventuras y sueños. Y música. La música ocupaba un 99% de sus momentos. Todo tenía un elemento de conexión con ella. Todo parecía ser una partición de ella. En definitiva, todo nacía y moría en ella.

De ahí surgieron las primeras explosiones. Y las obsesiones, claro. Y también las discusiones, y las mentiras. Pero también lo hicieron los besos y los abrazos. Fue un todo o nada.

Pero qué simple era todo en aquel momento...

Recuerdo que la satisfacción se hallaba en un CD de AC/DC. O de Metallica. O de Iron Maiden. O Barón Rojo. El ritual consistía en juntarse los tres, o los cuatro, o los cinco. Introducir el CD en el reproductor y esperar a que se iniciaran las primeras notas. El resto venía sólo. Cómo la heroína que acaba de ser inyectada. Y entonces se alcanzaba el nirvana. Pero sin drogas. Por aquel entonces, no se necesitaban drogas para nada. No existían en nuestro universo.

Las preocupaciones se centraban en elegir el banco perfecto del parque para sentarnos y charlar. O saltar como monos. O cualquier otra gilipollez que rondara por nuestra cabeza. A veces, hasta nos cuestionábamos si cenar en un restaurante de comida rápida para alargar las veladas. E incluso habíamos llegado a votar si ir a la gran ciudad o pasar la tarde en el pueblo, en el parque de siempre, hasta que la noche caía.

En cuanto a mí... Bueno, yo tenía otras preocupaciones particulares, pero nada que rallara lo imposible. Aunque en aquel momento lo pareciera. 

Pasaba horas preguntándome cómo serían esos primeros besos y abrazos. Cómo sería sentirse esa persona especial. Y cuándo llegaría. Y cómo reaccionaría yo. Más allá de cuestionarme si aprobaría o no los exámenes, o si tendría una media adecuada, que también, lo que realmente me preocupaba y me quitaba el sueño, era esa primera vez en la que fuera a enamorarme. Lo imaginaba y reimaginaba una y otra vez. Y me quitaba el aliento. Conseguía sacarme las lágrimas, cual punzada en el estómago, y al mismo tiempo, me inundaba de histeria y felicidad. Era un todo o nada.

Recuerdo mi primer sueño. De esos de verdad, esos que te acompañan el resto de los días. Quería tocar la guitarra. Quería ser una Angus Young, una Jimmy Page, una Zakk Wylde. Quería tener una banda que sonara como los KISS, como Alice Cooper o Guns'n'Roses. Y, cuando por navidades mis padres me regalaron la primera guitarra eléctrica, no cupe en mí del gozo. 

En seguida supe que debía ponerle un nombre y, el mismo día que la tuve en casa, sentí una necesidad curiosa de dormir con ella. Y despertar a su lado fue como despertar con esa persona tan especial que tanto añoraba.

Y esas pequeñas obsesiones. El color negro se convirtió en mi emblema. El pelo largo en un fetiche. Y el cuero en el anhelo de una segunda piel. El futuro se volvió borroso y no llegué a distinguir si mi adoración era para las letras o los números. Ni si quiera si iba a haber futuro. Pero no me importaba, tenía cosas más importantes en las que centrarme. Como el primer concierto.

Me sentía como en una obra de teatro. Mi crisis consistía en decidir qué papel debía interpretar. Si debía ser la fan histérica o aquella que escucha atentamente analizando cada uno de los compases de las canciones. Si debía saltar a cada segundo de la canción o era mejor apoyar mi mano desenfadadamente sobre la cadera. Darlo todo o nada.

Y recuerdo que la máxima satisfacción de mis días estaba en ese vínculo, en esa cohesión que habíamos logrado entre esos pocos. En sentirse parte de un todo perfecto. En aquel grupo no existían los miedos. Éramos los chicos del rock, y estábamos hechos de acero. Éramos puramente invencibles ante cualquier adversidad. Todo era fácil en aquel rinconcito de nuestro mundo. Todo era posible.

La vida era perfecta de aquel modo. Era tenerlo todo sin tener absolutamente nada. Pero aquellos chiquillos eran felices y no necesitaban más que un buen lugar donde conversar, un buen tema que escuchar y algún que otro sueño sobre un futuro idílico que nos aguardaba a la vuelta de la esquina. 

Los subidones de energía estaban presentes constantemente. Cualquier excusa era buena para soltarla. Y ese instinto que se adueñaba de nosotros a todas horas, hiciéramos lo que hiciéramos. No necesitábamos deportes de aventura. Nuestras propias aventuras eran nuestro mayor deporte. No disponíamos apenas de dinero, pero nuestro tesoro era disponer los unos de los otros. No existía nada que no pudiera dárnoslo todo. Nada.

Los días eran simples. Sencillos y llenos. Llenos de risas y Rock del bueno. Nada de mierdas actuales. Música pura de la de antaño. Los 60, 70 y 80 eran nuestros números. Y el 666. 

Judas Priest, Manowar, Rosendo,The Who, WASP... Todos ellos eran nuestros dioses. Y la música nuestra religión. Y nosotros fieles creyentes, con fe ciega, entregando cuerpo y alma a todo aquello.
Nuestra biblia eran todas aquellas letras que se perdían en los álbumes de nuestra colección. Y los posters y las banderas eran nuestros santuarios. 

Pero no todo era perfecto, por supuesto. Existía algo prohibido. Algo místico que rompía toda la armonía y conseguía confrontarnos a unos y a otros. Algo que conseguía sacar nuestro lado más cruel y dañino. Algo que tornaba el todo en nada. Y ese algo tenía nombre, claro que sí: Black Sabbath.

Sigo sin entender bien por qué, pero Black Sabbath sembraba el caos entre nosotros. Era ese único punto de inflexión que conseguía separar todo lo que nos unía. 

Y es que decidir si Black Sabbath era mejor con Ozzy o con DIO era todo un juicio digno de ser presenciado. Era la lucha a vida o muerte de nuestras vidas. Y no existía manera en la que se pudiese salir de todo aquello que no fuera a golpes verbales e incluso físicos. Era puro instinto de supervivencia. Era nuestra máxima. Nuestro todo. Y acabó siendo nuestro nada también...

Imagino que debimos tener decenas de batallas cuerpo a cuerpo y mente a mente sobre aquel tópico. Dejamos de hablarnos y volvimos a hacerlo millones de veces. Dejamos de vernos otras tantas. Y de mirarnos a la cara. Aquel que se hallaba en la oposición era el peor enemigo que pudiera existir sobre la tierra, y nuestro objetivo era aniquilarlo.

Supongo que en aquel instante era el todo de la nada. Pero, seamos sinceros, de algo teníamos que morir, ¿no?

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Creo que esta es la actualización que menos sentido tiene. Pero no sé por qué, sentía que debía escribir.

Gracias a V, G, e I porque, aunque no lo saben, no sólo han inspirado estas líneas, sino que formaron parte de algo mucho más grande de lo que aquí se alberga.

Y gracias a todos vosotras/os, que sois las/los que me animáis a seguir escribiendo, aunque salgan cosas tan extrañas como los amaneceres.