martes, 16 de diciembre de 2014

Visualizaciones



Recuerdo que, cuando era pequeña, solía tener pequeñas visualizaciones. No sé muy bien de dónde venían, pero sé que salían de lo más dentro de mí. Aparecían de golpe. Al principio, yo me sentía extrañada, porque no comprendía nada de lo que estaba viendo, ni qué relación tenía.

En realidad, miento. No me cuestionaba nada como hago ahora. Era niña y simplemente lo dejaba fluir. Ya casi no recuerdo lo que es eso. Pero sí que recuerdo que me encantaba que aparecieran. Y también que hacía todos los esfuerzos por maximizarlas, por alargarlas y darles más vida y recordar todo cuanto podía.

Estaba aquella del lago. Yo veía (e incluso era) una mujer joven, de unos treinta años. Estaba en aquella edad perfecta en la que seguía siendo joven, pero gozaba de una madurez y una experiencia que la hacían inevitablemente atractiva. Tenía clase. Y lo digo porque, aunque vestía unas piezas de ropa sencillas, lucía como una artista. No recuerdo si era un vestido o unos pantalones bombachos de lino. Sé que eran blancos o de color crema. Lo que sí que recuerdo es su sombrero. Uno de esos sombreros de paja tipo pamela. También blanco, por supuesto. Ella tenía el pelo castaño con reflejos caoba y rizado. Y sonreía cual anuncio de crema profident. Se hallaba sentada en la orilla del lago, junto a los juncos. El lago era enorme y alimentaba a cientos de flamencos. Era el atardecer de uno de esos primeros días de primavera. El sol pegaba fuerte y ella se refugiaba debajo de su sombrero. Pero seguía sonriendo, como si sonriera a la vida y diera las gracias por todo aquello que le había dado la oportunidad de vivir. Estaba relajada, disfrutando del momento. Respiraba aquel aire todavía fresco e inhalaba vida. Y era curioso, porque mientras más la visualizaba, más en paz me hallaba yo. Incluso, en ocasiones, sentí que esa persona era yo misma en un futuro, por aquel entonces, lejano.

En otra ocasión, lo que visualizaba era aquel piso. Estaba a oscuras porque era de noche, pero podía ver aquellas escaleras de mármol y la pared cristalera. La lámpara negra de mesita encendida. Y aquellos cuadros de mujeres con sombreros que tan estilosos eran entonces. El teléfono rojo de rueda. Me suena que en algún momento también visualicé el baño. Con una bañera grande y baldosas negras y acabados dorados por todas partes. Recuerdo ese ambiente rococó chic de los ochenta impregnando aquella casa. Esa sensación de arte sobrecargado y, al mismo tiempo, de glamour. Supongo que a fin de cuentas, parte de la esencia de esos ochenta.
No recuerdo mucho más ahora, pero sé que aquel piso debía ser de alguna persona del mundo del arte. Recuerdo la escalera, corta, de apenas cuatro o cinco peldaños. Parecía un apartamento de bien. Seguramente vivía alguien con mucho estilo y elegancia.  Y esa sensación de importancia, de sentirse importante por el mero hecho de encontrarse allí.

Luego hay microvisualizaciones. Aquellas que se focalizan en un único elemento o que duran poco tiempo. Pero son igualmente intensas.

Estaba aquella de la casa con la cocina de madera. La típica cocina con los muebles de madera. Esa cocina grande y entrañable donde uno siempre se siente en casa. El lugar de reunión familiar. Y alguien cocinando. Creo que carne asada. O un pastel de carne. Una mujer adulta. Pero cambiante. A veces cuarenta, a veces cincuenta, a veces sesenta. Pero lo que recuerdo era la tranquilidad que sentía cuando visualizaba todo aquello. El calor del hogar. El sentimiento familiar. Aquello de pertenecer a un hogar. Supongo que todo aquello que esas series ochenteras y noventeras querían vendernos.

Y luego, ya de más mayor, poco antes de dejar de visualizar, aquella sala de ensayo. Recuerdo las paredes rojas. Y era muy amplia. Aquella sala me daba un sentimiento de Nirvana, de "Smells Like Teen Spirit". Ese nihilismo adolescente mezclado con esas ganas de comerse el mundo. Los adolescentes son contradictorios hasta para eso. Bueno, el caso es que no recuerdo mucho más, pero recuerdo que en aquella sala de ensayo salían cientos de hits. Y las productoras llamaban constantemente para que siguiéramos enviando un temazo tras otro. La guarida de la inspiración, le hubiera llamado yo. Muy sexo, drogas y R'n'R. Claro que por aquel entonces, no había drogas. Pero sí recuerdo humo de tabaco. Y muuuuuucha inspiración.

Me parece tremendamente curioso que ahora, tantos años después, caiga en la magia de aquellas visualizaciones. Descubrí hace pocos años que el cerebro es capaz de experimentar situaciones sin estarlas viviendo. Sólo con imaginarlas. Pero el cerebro produce la misma sensación que uno tendría al estar viviéndola de verdad.  Y coño, ahora que lo recuerdo es completamente cierto. También estaba aquella visualización en el baño de la primera casa que tuvimos. La bañera tenía aquella mampara de obra, y al ducharte quedabas completamente aislado. Y yo recuerdo, masoca de mí, que me visualizaba en pleno naufragio, rodeada de tiburones, mientras caía el agua fría de la ducha. Y... ¡Qué miedo pasaba!

Recuerdo que mi madre solía abroncarme por estar "imaginando" a todas horas. Decía que tenía la cabeza siempre en mil sitios. Ahora lo pienso y creo que es de las cosas más bonitas que podía hacer de pequeña. Una pena que, como casi siempre, decidiera creer que los adultos SIEMPRE tienen la razón. Porque "imaginar", como decía ella, era la cosa MÁS MOLONA del mundo entero.

http://youtu.be/em30XL9c5NQ

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