Ese gran momento en el que te das cuenta de que la gente a tu alrededor empieza a hacer cosas. Se empieza a comer el mundo. Y tú has pasado tanto tiempo dedicándote a mirarlo desde todos los ángulos para saber por dónde atacar que así sigues: con los cubiertos en la mano, el hambre revenida y la cara de rape de pescadería, con la boca bien abierta, pero al final, nada de nada.
Al final, acabas entre hielo y perejil. Congelado, congelado y con fundamento.
Muévete un poco, ¿no?
Al final el que se revendrá serás tú. ¿No crees?